O Ayuntamiento de Encinasola homenageia amanhã, dia 20, domingo, pelas 11h00 locais, os seus mortos "represaliados de la Guerra Civil Española", cujos restos mortais se encontravam numa fossa comum do cemitério local.
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Nestes tristes acontecimentos de há 78 anos, a história cruza-se também com Barrancos. Dos cinco marochos fuzilados pelos falangistas, dois deles, André Delgado e tio Saturnino, este último ainda está na memória dos barranquenhos, foram presos em Barrancos pela PIDE, às ordens de Salazar, e entregues na fronteira às forças franquistas.
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"Una vez que se tomó Encinasola salieron de aquí los falangistas agregados a la fuerza para tomar Oliva, y ahí mataron a dos o tres falangistas. Y en el entierro de uno ...de los falangistas fusilaron aquí los dos primeros. Cuando se estaba enterrando el falangista y la gente se creía que estaban tirando salvas, estaban matando dos en el cementerio". (Francisco Sabido – vecino de Encinasola)
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Francisco Sabido confirmó en Barrancos la detención
de sus vecinos de Encinasola, Saturnino Torres García y Andrés Reyes Acosta
Delgado, capturados por la PVDE, condenados sin juicio, transportados en el sidecar
con destino a Badajoz, donde fueron fusilados el 16 de agosto de 1936. Saturnino tenía 64 años de edad, era vendedor y
pertenecía a la Sociedad Obreros la Fraternidad, Andrés tenía 38 años de edad,
estaba casado con Ángeles, no sabemos su filiación partidista pero fue fusilado
“en aplicación del bando de Guerra con motivo del Alzamiento Nacional” (Tapada
Pérez, 1999:51). Saturnino Torres
mantenía afinidades con las personas de Barrancos, donde se iba con bastante
asiduidad para vender chacina y otros productos, siendo de los pocos vecinos de
Encinasola que en aquella época poseían pasaporte. Su captura está retenida en
la memoria como un caso de denuncia, que imposibilitó ningún tipo de
intervención a su favor, suscitando conmoción e indignación cuando se recuerda
su destino.Junto a estos hombres, fue capturado el vecino
Hilario Moreno, que se benefició de la intervención de un amigo de Barrancos
para su liberación (Simões, 2013: 245).
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Las víctimas fueron escogidas aleatoriamente entre los detenidos por los falangistas durante las batidas, que aguardaban su destino en la prisión de Encinasola. Manuel Delgado Pérez tenía 25 años y era comerciante; Antonio Castro Pérez, jornalero de profesión, de 60 años de edad, estaba casado y tenía dos hijas. Según testigos oculares, en el momento de ser fusilados, Manuel giró la cara mientras Antonio, endurecido por la tierra que trabajaba, tuvo fuerzas para levantar el puño bien alto y gritar: “¡Viva la República!” Pero tras su muerte alguien se dio cuenta de que había habido un cambio, había sido confundido con “el cojo Novalio”, quien también formaba parte del grupo de detenidos (Tapada Pérez, 1999: 62). La vida de estos hombres estaba en el aire, sujeta a la arbitrariedad de los elementos de la falange local, que actuaban impunemente en función de denuncias o de venganzas. El ejercicio de la represión se apoyaba en el terror, en un miedo extremo y pavoroso, sentido como algo insoportable desde el punto de vista racional, sobre todo por la arbitrariedad elevarse a la categoría de norma (Simões, 2013: 254).
Las víctimas fueron escogidas aleatoriamente entre los detenidos por los falangistas durante las batidas, que aguardaban su destino en la prisión de Encinasola. Manuel Delgado Pérez tenía 25 años y era comerciante; Antonio Castro Pérez, jornalero de profesión, de 60 años de edad, estaba casado y tenía dos hijas. Según testigos oculares, en el momento de ser fusilados, Manuel giró la cara mientras Antonio, endurecido por la tierra que trabajaba, tuvo fuerzas para levantar el puño bien alto y gritar: “¡Viva la República!” Pero tras su muerte alguien se dio cuenta de que había habido un cambio, había sido confundido con “el cojo Novalio”, quien también formaba parte del grupo de detenidos (Tapada Pérez, 1999: 62). La vida de estos hombres estaba en el aire, sujeta a la arbitrariedad de los elementos de la falange local, que actuaban impunemente en función de denuncias o de venganzas. El ejercicio de la represión se apoyaba en el terror, en un miedo extremo y pavoroso, sentido como algo insoportable desde el punto de vista racional, sobre todo por la arbitrariedad elevarse a la categoría de norma (Simões, 2013: 254).
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